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¿Cómo nos hacen pobres los sesgos sistémicos en las publicaciones académicas?

¿Cómo nos hacen pobres los sesgos sistémicos en las publicaciones académicas?

América Latina

Me gustaría comenzar señalando desde dónde escribo. Como académico no blanco, arraigado en las ciencias sociales, de Chile. Mi trayectoria académica se desarrolla en el norte de Chile, en una universidad pública que, a pesar de tener recursos limitados, ha demostrado un compromiso inquebrantable con la excelencia en la investigación.

A pesar de sus limitaciones financieras, esta institución ha invertido significativamente en su búsqueda de una visión académica y una reputación investigadora. Mi experiencia, como académico del Sur Global y como miembro de esta universidad, da forma a mi perspectiva y refuerza las preocupaciones que planteo sobre el estado actual de las publicaciones académicas.

En la era de la comunicación digital, esperamos que la información sea accesible al instante. La idea del conocimiento como un bien público universalmente accesible es una aspiración noble, que muchos creen que está a nuestro alcance dado nuestro progreso tecnológico.

Sin embargo, el mundo de la publicación científica, que es un pilar fundamental en la difusión del conocimiento científico, presenta una realidad diferente. Debajo de su fachada científica se esconde una compleja red de desigualdades económicas y estructurales que crean barreras a la esencia del acceso universal al conocimiento.

Esta dicotomía entre expectativas y realidad pone de relieve un desafío apremiante: garantizar que el conocimiento y los descubrimientos científicos estén disponibles para todos, independientemente de las fronteras geográficas o económicas.

Sesgo sistémico

Al reconocer los desafíos que enfrentan los investigadores de áreas económicamente desfavorecidas, las principales editoriales académicas han logrado avances significativos en la prestación de apoyo. Estas iniciativas, desde exenciones de tasas hasta subvenciones privadas, señalan el reconocimiento de las desigualdades que existen en el panorama académico.

Pero si bien estos pasos son loables, son sólo los primeros pasos para abordar un problema mucho más profundo y sistémico. Este problema va más allá de las simples barreras financieras. Aborda la naturaleza del conocimiento que se valora, cómo se difunde y las estructuras que determinan estas dinámicas.

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Por lo tanto, el desafío más amplio es desmantelar un sistema en el que la creación y difusión del conocimiento está influenciada por el tamaño económico más que por el mérito o la importancia.

El espíritu básico de las publicaciones académicas es la difusión amplia e imparcial del conocimiento. Este principio es particularmente importante en disciplinas como las ciencias sociales y las humanidades, donde las diversas perspectivas son cruciales para una comprensión integral de las sociedades, culturas y comportamientos humanos. Sin embargo, los complejos sistemas y procesos que sustentan este mundo han inclinado la balanza sin darse cuenta.

Este sesgo, a menudo inconsciente pero sistemático, significa que los investigadores con más recursos, generalmente de países más ricos e instituciones más prestigiosas, tienen una ventaja. Esta característica no siempre es manifiesta. Más bien, se manifiesta en el acceso a mejores recursos, mayores oportunidades de establecer contactos o simplemente en la capacidad de pagar tarifas de publicación más altas.

Estos desequilibrios perpetúan un círculo vicioso. Las voces del Sur Global, especialmente en las ciencias sociales y las humanidades, corren el riesgo de ser marginadas a pesar de su rica reserva de conocimientos locales y perspectivas académicas únicas.

Su lucha no se limita sólo a lograr exposición en revistas de alto perfil o garantizar que su investigación llegue a una audiencia global. Profundiza en el valor intrínseco asociado a su trabajo.

Cuando el sistema, sin darse cuenta, otorga un mayor valor a la investigación procedente de entornos acomodados, no sólo margina voces diversas; Cuestiona el valor de los diversos conocimientos que aportan a la mesa académica. Además, las disparidades disciplinarias exacerban el problema, ya que algunos campos enfrentan sesgos más pronunciados que otros.

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El conocimiento tiene un precio.

Este desequilibrio no es simplemente una preocupación teórica o abstracta; Sus efectos son claramente reales. A modo de ejemplo, recientemente contribuí a un número especial que celebra el aniversario de una prestigiosa revista académica. Irónicamente, a pesar de la importancia de la ocasión y el prestigio de la revista, mi artículo, junto con el de un colega de otro país del sur, no fue de acceso abierto porque no lo pagamos.

Estos casos ponen de relieve las desigualdades inherentes al sistema. La visibilidad de un artículo, y por tanto su impacto, depende de la capacidad de pago, no de su mérito académico.

Lo que emerge es un sistema en el que la difusión y el acceso al conocimiento se convierte en un privilegio exclusivo. Está mercantilizado, distribuido y sólo es accesible para quienes tienen los medios para pagarlo.

Esta puerta económica tiene repercusiones que se extienden a toda la comunidad académica. Para los investigadores experimentados, esto puede significar que su trabajo pionero permanezca cerrado y no pueda llegar a la audiencia más amplia que merece.

Para los investigadores emergentes, especialmente los estudiantes que aún están dando forma a sus carreras académicas, esto significa un acceso limitado a la investigación global, lo que obstaculiza su crecimiento académico y limita su exposición a perspectivas diversas. En esencia, la base de la academia –el libre flujo de ideas y conocimientos– está en riesgo, dependiendo de la situación financiera de cada individuo.

Este control financiero, donde el acceso al conocimiento está determinado por la capacidad de pago, es emblemático de un cambio más amplio y preocupante en el panorama académico: la creciente comercialización de las publicaciones académicas. El conocimiento científico y la erudición han llegado a ser reverenciados no sólo como activos, sino como bienes públicos que deberían servir al bien colectivo más allá de la dinámica del mercado y las valoraciones monetarias.

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Progreso social

Su verdadero valor reside en su capacidad para impulsar el progreso social, orientar las políticas, dar forma a la cultura y promover una ciudadanía más informada e ilustrada. Pero en el ecosistema académico actual, la elevada visión del conocimiento como un bien público se ve cada vez más eclipsada por motivos de lucro.

Los principios fundamentales de la academia (iluminar mentes, educar a generaciones y empoderar a las personas con información) están en riesgo. Este cambio afecta a todos los actores de la cadena del conocimiento, desde docentes y estudiantes hasta formuladores de políticas y el público en general.

Cuando el conocimiento tiene un precio elevado, queda atrapado detrás de barreras financieras y corre el riesgo de transformar la academia de un espacio para la investigación intelectual y el beneficio público a un mercado donde los medios financieros de un individuo pueden dictar la amplitud y profundidad del compromiso intelectual.

Para abordar verdaderamente estas preocupaciones, es necesario ir más allá de los tratamientos superficiales y realizar un examen más profundo de las prácticas sistémicas arraigadas en las publicaciones académicas.

Este es un llamado a editores, universidades e investigadores para que se unan y vuelvan a comprometerse con la misión fundamental de la academia: garantizar que el conocimiento se difunda de manera justa y amplia para el progreso colectivo de la sociedad.

La esencia de la búsqueda científica no es la exclusividad, sino la búsqueda común de ampliar horizontes y mejorar el mundo a través del conocimiento accesible a todos.

Carolina Guzmán Valenzuela es profesora de educación superior en la Universidad de Tarapacá en Chile.